“En
aquellos días, dijo el Señor a Moisés: “Habla a la asamblea de los hijos de
Israel y diles: ‘Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo.
No
odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón. Trata de corregirlo, para
que no cargues tú con su pecado. No te vengues ni guardes rencor a los hijos de
tu pueblo. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.’” (Levítico, 19: 1-2,
17-18)
“Incumplir los mandamientos de Dios,
ensucia el tanque. Sabemos que el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas
las cosas y también nos pide Dios, amar al prójimo. Si en nuestras acciones
este amor no se manifiesta, si estamos incumpliendo estos dos mandamientos, ¿qué
estamos haciendo con nuestras vidas? Un ejemplo de esto es la infidelidad,
tanto el que tiene el compromiso, como el que se está involucrando con el que
ya está comprometido, está incumpliendo. Todo lo contrario a los mandamientos,
ensucia nuestro espíritu y es pecado.
Al amar a Dios, amamos a Su Hijo
Jesús; si amamos a Dios y a Jesús y al Santo Espíritu, amamos a nuestros semejantes.
Si hacemos lo contrario, no podemos decir que amamos a Dios, ni a Jesús, ni al
Santo Espíritu de Dios. El amor verdadero, nos aleja del pecado.”
“En el
amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja el temor. Porque el temor
se refiere al castigo, y quien teme no ha alcanzado un amor perfecto. Nosotros
amamos porque Él nos amó antes. Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su
hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a
quien no ve. Y el mandato que nos dio es que quien ama a Dios ame también a su
hermano.”
(Cartas
de Juan, 1: 17-21)