“Que no se diga
lo que el profeta quiere, sino lo que Dios manda a través de ellos.”
"Empezando por
Moisés, elegido por El Altísimo para sacar a Su pueblo de Egipto, quien lo vio
en zarza ardiente y no se creía capaz de tal labor: “¿Quién da la boca al
hombre? ¿Quién lo hace mudo o sordo o perspicaz o ciego? ¿No soy yo, el Señor?
Por tanto, ve; yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que tienes que decir.”
(Éxodo 4, 11-12)
Se puede, por
Moisés y sus hermanos Aarón y Miriam, iniciar el extenso e interesante caminar
de los profetas por este mundo:
Gracias Altísimo
de grandes manos por presentarnos a:
Ajías, profeta
que, sin casi ver y de avanzada edad, dijo con claridad lo que le mandaste.
Al profeta
Elías, portador de sequía y lluvia, quien aparece en Sarepta al lado de la
viuda y su hijo enfermo, hambrientos están y comparte el hambre con ellos para
hacer un milagro porque su humildad no tiene límite, tanto, que recibió
alimento del pico de los cuervos.
Aquel que ha
subido en gran carroza de fuego, pero que le dejó a su humilde aprendiz el
Manto Sagrado, purificaba el agua, sanaba, resucitaba, todos los santos
trabajos los realizó con parte pequeña de Tu Espíritu: el profeta Eliseo.
Al profeta
Samuel, un primogénito entregado por su madre en agradecimiento por su
milagroso nacimiento; ungió al primer rey de Israel, a pesar de su molestia
porque sabido era para él que no hay otro rey más que Tú, aquel que luego unge
al segundo rey, David, apartando los prejuicios humanos.
Desde aquel que
anunció el nacimiento de Tu Hijo 700 años antes, como el profeta Isaías; a
aquel que le correspondió escribir a los paganos, elegido desde el vientre
materno, el profeta Jeremías.
Aquel que vio
tus cuatro seres vivientes: toro, león, águila y hombre; quien presenció Tu
Gloria y escuchó Tu voz como estruendo: profeta Ezequiel.
Acusaciones
terribles por los pecados del pueblo, anunciadas por el profeta Oseas. Dios
pidió en aquel momento a través del profeta Joel, tal como en el Éxodo,
penitencia y arrepentimiento.
Muchas fueron
las visiones de Amós y muchas sus peticiones a Dios para evitar la furia; así
como pocas fueron las palabras del profeta Abdías, lo que importa es que es el
Altísimo quien habla y quiere ser escuchado.
Así seguimos con
los Profetas Miqueas y Nahún. También el que se preguntó “¿Hasta cuándo, Señor,
pediré auxilio sin que me escuches?” Habacuc; pasando por Sofonías y Ageo;
Zacarías, el de las ocho visiones.
Llegamos al
profeta Daniel, él y sus amigos lanzados al horno ardiente por no idolatrar
estatuas y el Ángel del Señor los salvó por Su Santa Voluntad. Ante un león
hambriento, Daniel es nuevamente salvado por Aquel que supera cualquier
amenaza.
Malaquías, el
llamado último de los profetas que marcó un largo período de silencio con estas
palabras: “Dice el Señor: Yo los amo. Ustedes preguntan: ¿En qué se nota que
nos amas?” “Cuando ustedes lo vean con sus ojos, dirán: La grandeza del Señor
desborda las fronteras de Israel.” (1, 2-5).
Tu Espíritu y
poder acompañó a aquel que preparó el camino a Tu Hijo, aquel que se vestía de
piel de camello y se alimentada con saltamontes y miel, con voz potente y gran
valentía; Tu voz en el desierto: Juan el Bautista.
Y entonces,
posterior a la resurrección de Tu amado Hijo, las profetizas hijas de Felipe de
Cesarea y Agabo quien profetizó a Pablo el Apóstol el mensaje de Tu Santo
Espíritu, cerramos este recorrido leyendo estas palabras de Tu Predilecto:
“La época de la
Ley y los Profetas se cerró con Juan. Desde entonces se está proclamando el
Reino de Dios, y cada cual se esfuerza por conquistarlo.” (Palabras de Jesús
evangelio de Lucas 16,16)