“Prendido de tu amor,
Oh! Dios me siento, y me encuentro.
Siento que de mi
cuerpo, fluyen manantiales de agradecimientos y de amor por ti.
Solo espero que
amanezca para alabarte, bendecirte y agradecerte.
Me duermo alabándote y
me levanto en lo mismo.
Tú eres mi alimento y
mi aliento.
Cada latido de mi corazón
marca tú tiempo, tus pasos.
No hay paso que dé, sin
consultarte.
No porque no crea en mí,
Más bien creo es en ti.
Pasos falsos no
quiero dar,
Solo lo que hago es
revisar, una y otra vez, tus pasos.
Los leo y los releo.
Los medito una y otra
vez.
Aparte de lo que me
has indicado,
¿Qué más, mi Dios,
esperas de mí?
Acá estoy dispuesto a
ayudarte.
No quiero fallarte,
no quiero fallarme, no quiero fallarles.
Son muchos los que
comen gracias a ti, mi Dios.
Me pusiste a repartir
las raciones, y pues eso hago.
Antes eran muchas raciones,
ahora son menos.
No porque no haya a
quien repartírselas,
Sino más bien, porque
algunos se sienten saciados.
Yo por mi parte, sigo
picando y repartiendo.
Dando lo que desde el
Cielo me has dado.
Tú, mi Señor, Santo
eres por siempre, Misericordioso y Eterno.
Eres caudal de Agua Viva
y de abundancia de bondades.
Cuando dices: “Asegúrate”,
o que hayan “Entendido”,
Persisto, insisto y
vuelvo a insistir, a ver si el alimento les ha llegado.
Porque, sé que tú lo
haces, para protegerlos y alimentarlos.
¿Cómo hago para escudriñar
los corazones como tú lo haces?
Pues solo tú lo
puedes, y me recalcas aquellos que no lo han entendido,
o que sus alimentos
no han comido.
Alértame, mi Dios,
sobre el hijo desvalido y colócamelo de frente.
Hay muchos que tienen
hambre y no quieren comer.
Ponme a aquellos que estén
sedientos y hambrientos,
Y coman con alegría y beneplácito tus
alimentos”.
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