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miércoles, 3 de octubre de 2018

Día veinticuatro del séptimo mes, tal día como hoy.


Día veinticuatro del séptimo mes, tal día como hoy.
“El día veinticuatro de este mes [séptimo mes] se reunieron los israelitas para un ayuno; venían vestidos de saco y cubiertos de polvo. La raza de Israel se apartó de todos los extranjeros, se presentaron y confesaron sus pecados y las culpas de sus padres. Se pusieron de pie en la plaza y se dio lectura al libro de la Ley del Señor durante un cuarto de la jornada, durante otro cuarto, confesaron sus pecados y se postraron ante el Señor su Dios.”

Este acontecimiento pertenece a aquel momento cuando el profeta Nehemías pide autorización al rey para salir a reconstruir a Jerusalén, por una destrucción causada por los invasores.

“Los levitas Josué, Cadmiel, Bani, Jasbadleis, Serebias, Odias, Sebanias, Betajias dijeron:

“¡Levántense y bendigan al Señor nuestro Dios! ¡Bendito seas tú, ¡Señor Dios nuestro, por los siglos de los siglos! ¡Bendigan tu Nombre glorioso que sobre pasa toda bendición y alabanza!

¡Tú, Señor, eres el Único! Tu hiciste los cielos, los cielos de los cielos y todo cuanto contienen, la tierra y todo lo que tiene, los mares y cuanto hay en ellos; tu das la vida a todos, y ante ti se postra el ejercito de los cielos.

¡Tú, Señor, eres Dios; tu elegiste a Abram, lo sacaste de Ur de Caldea y le diste el nombre de Abrahán! Lo hallaste fiel e hiciste una alianza con él. Le diste el territorio del cananeo, del hitita y del amorreo, del pereceo, el jebuseo y girgaseo. Mantuviste tus promesas porque eres justo.

Viste la angustia de nuestros padres en Egipto, escuchaste sus gritos a orillas del mar de los juncos, realizaste signos y prodigios con el faraón, contra todos sus servidores y contra el pueblo de ese país cuyo orgullo tu conocías, y te hiciste una fama que perdura hasta hoy. Tu abriste el mar ante ellos, pasaron por medio del mar por suelo seco, y arrojaste al fondo de las aguas a los que los perseguían, como una piedra en aguas torrentosas.

Tú los guiaste de día por medio de una columna de nubes y de noche por una columna de fuego, para alumbrar el camino por donde iban caminando.

Tu bajaste al monte Sinaí y les hablaste de lo alto del cielo; les diste mandatos, leyes verdaderas, preceptos y decisiones excelentes. Les diste a conocer tu sábado santo y les ordenaste mandamientos, preceptos y leyes por boca de Moisés tu servidor. De lo alto del cielo les diste el pan para saciar su hambre, e hiciste brotar agua de la roca para su sed. Les dijiste que fueran a conquistar el territorio que habías jurado darles; pero nuestros padres se negaron, se pusieron testarudos y no obedecieron tus órdenes. Se negaron a obedecer; se olvidaron de las maravillas que tu habías realizado para ellos y se les antojo volver a Egipto a su esclavitud. Pero tú, eres un Dios de perdón, lleno de piedad y de ternura, que tardas en enojarte y rico en bondad, y por eso no los abandonaste.

Se hicieron un ternero de metal fundido diciendo: ¡Este es el dios que te hizo subir de Egipto! Y pronunciaron toda clase de blasfemias. Pero tú, en tu inmensa ternura, no los abandonaste en medio del desierto; la columna de nubes no los dejo, sino que los guiaba de día por el camino, y de noche la columna de fuego alumbraba ante ellos el camino por donde iban. Les diste tu buen espíritu para hacerlos sabios, no les negaste la mana y les diste agua para su sed. Durante cuarenta años cuidaste de ellos en el desierto, no les falto nada, su ropa no se gastó y sus pies no se hincharon.

Les entregaste reinos y pueblos y les diste esos territorios como una provincia fronteriza. Se apoderaron del territorio de Sijon rey de Jesbon y del de Og rey de Basan. Multiplicaste sus hijos tanto como las estrellas del cielo e hiciste que entraran en el país del cual habías hablado a sus padres, para que entraran en él, y tomaran posesión.

Sus hijos entraron allí, conquistaron ese país; abatiste ante ellos a los cananeos habitantes del país, pusiste en sus manos reyes y pueblos para que los trataran como quisieran. Se apoderaron de ciudades fortificadas y de buena tierra, heredaron casas donde nada faltaba, pozos ya cavados, viñas, olivares, árboles frutales en cantidad; comieron cuanto quisieron, disfrutaron de tus incontables beneficios.

Pero, se rebelaron y se alzaron contra ti, y se echaron tu ley a las espaldas. Mataron a los profetas que los invitaban a volverse hacia ti y cometieron grandes crímenes. Entonces los dejaste caer en manos de sus enemigos que los oprimieron. Clamaron a ti durante su opresión, y los escuchaste desde lo alto del cielo. En tu inmensa ternura les diste libertadores para que los libraran de manos de sus enemigos. Pero en cuanto recuperaron la paz, volvieron a hacer el mal delante de ti. De nuevo los abandonaste en manos de sus opresores y de nuevo clamaron a ti, y tú los escuchaste de lo alto del cielo.

¡Cuántas veces no los has librado así en tu ternura! Les advertiste que volvieran a tu Ley, pero en su orgullo no cumplieron tus ordenes; pecaron contra esos mandatos que dan vida a cualquiera que los pone en práctica, no te ofrecieron más que una espalda rebelde y una nuca terca, no te obedecieron.

Sin embargo, tú has sido pacientes con ellos durante años, les advertiste por tu espíritu, por boca de tus profetas, pero no te hicieron caso. Entonces os entregaste en manos de las naciones paganas; pero en tu inmensa ternura, no los hiciste desaparecer, no los abandonaste, porque eres un Dios lleno de piedad y de ternura.

Ahora, oh Dios nuestro, tu, el Dios grande, poderoso y terrible, que siempre mantienes tu alianza y tu bondad, no seas insensible ante todas esas pruebas que han caído sobre nosotros, nuestros reyes, nuestros jefes, nuestros sacerdotes, nuestros profetas y todo nuestro pueblo desde los días de los reyes de Asiria hasta ahora.

Tú has sido justo en todo lo que nos ha ocurrido, porque has actuado según la verdad y porque nosotros nos portamos mal. Nuestros reyes, nuestros jefes, nuestros sacerdotes y nuestros padres no han seguido tu Ley, se olvidaron de tus mandamientos y de las ordenanzas que les habías dado.

Mientras estuvieron en su reino gozando de todos los beneficios que les proporcionabas, en este país grande y fértil que habías puesto a su disposición, no te sirvieron ni se apartaron de sus malas acciones.

Por eso aquí estamos como esclavos, somos esclavos en este país que tu diste a nuestros padres y cuyos frutos y bienes deberían ser también nuestros. Pues esos productos están ahora en manos de reyes que tú nos impusiste debido a nuestros pecados y que disponen a su antojo de nuestras personas y de nuestros rebaños. Y mientras tanto nuestra angustia sigue siendo grande.” Nehemías 9, 5-37.

“Por todo lo anterior, contraemos un compromiso solemne y lo ponemos por escrito.” Nehemías 10, 1.

Hoy, nosotros, estamos llamados a comprometernos con nosotros y con los nuestros, ante nuestro Dios; un llamado a quienes somos seguidores del Hijo de Dios, es decir:  Jesús.

Es por ello que Él nos dice:

No crean que he venido a suprimir la Ley o los Profetas. He venido, no para deshacer, sino para traer lo definitivo. En verdad les digo: mientras dure el Cielo y la tierra, no pasara una letra o una coma de la Ley hasta que todo se realice.

Por tanto, el que ignore el ultimo de esos mandamientos y enseñe a los demás a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los Cielos.” Palabras de Jesús, santo evangelio, Mateo 5, 17-19.

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