"Si un hombre de Israel o de los forasteros que viven en medio de
ustedes come cualquier clase de sangre, aborreceré a esta persona que come
sangre y la exterminare. Porque el alma de todo ser viviente está en su sangre,
y Yo les di la sangre para que la lleven al altar para el rescate de sus almas,
pues esta sangre paga la deuda del alma. Por eso he dicho a los hijos de
Israel: "Ninguno de ustedes comerá sangre, ni tampoco el forastero que
viva entre ustedes."
Si un hombre de Israel, o alguno de los extranjeros que viven en medio
de ustedes, caza a un animal o ave que está permitido comer, derramara su
sangre y la cubrirá con tierra. Porque la sangre de todo ser viviente es su
misma alma. Por eso mande a los hijos de Israel: "No comerán la sangre de
ningún animal, pues la sangre es su alma misma." Quien la coma será
eliminado.
Toda persona nacida en el país, o todo forastero que haya comido carne
de animal muerto o destrozado deberán lavar sus vestidos y bañarse en agua, y
quedara impuro hasta la tarde; después será puro. Si no los lava ni se baña,
cargara con su falta." Levítico 17, 10.
Es por ello que Jesús nos salva,
porque ofrece su sangre por nosotros:
"Mientras comían, Jesús tomo pan, pronuncio la bendición, lo
partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman; esto es mi
cuerpo". Después tomo una copa, dio gracias y se las paso diciendo:
"Beban todos de ella:" esto es mi sangre, la sangre de la Alianza,
que es derramada por muchos, para el perdón de sus pecados." Palabra
de Jesús en Evangelio de Mateo 26, 26-28.
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